Argumento del sobornao
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Por Miguel SOLANO
José Juan de Baní escuchó que el Consejo Estatal del Azúcar, como mecanismo de ejecución de su política de quiebras, pondría a la venta una porción de su enorme territorio.
José Juan no tenía un centavo. Toda su riqueza estaba concentrada en once meses de rentas atrasados, cuyo propietario amenazaba con el desalojo y siempre resultaba frenado, no por el pago de la renta, sino por la seductora frase: ¡Soy abogado!
Pero la suerte andaba suelta y logró montarse sobre la espalda de José Juan de Baní. Su hermano, Alberto de Baní, quien vivía en Las Vegas, acababa de recibir una buena porción de dólares como pago de un accidente laboral que amenazó con dejarlo cojo, por un buen tiempo o para siempre.
Con su habilidad de abogado y comunicador, José Juan convenció a su hermano de que comprar la tierra del CEA sería un enorme negocio y Alberto que buscaba tener un lugar donde criar burras envío la transferencia.
José Juan, con dólares en el maletín se dirigió donde el director del CEA. El proceso de compra era sencillo. El director recibía los dólares, los depositaba en su maletín y le entregaba al adquirente un documento con la descripción del terreno comprado y el protocolo con los pasos a dar para conseguir la legalización de los mismos.
Durante 23 años José Juan ha estado luchando para conseguir el título de los 40 mil metros de terrenos adquiridos. Ha sido un vuelo largo donde muchas veces se les ha ocultado el Sol, pero su memoria nunca ha dejado de preguntar por el alma de su primavera.
Ahora, al final del destino ha llegado donde el juez que debe firmar la legalización de todo el proceso. Estaba almorzando cuando le visitó el águila que había depositado los documentos y que venía a entregarle una copia. José Juan, por agradecimiento al funcionario público, le regaló 2 mil pesos. El alguacil lo miró como un volcán de odio, le llenó con toda su lava y JJ de Baní tuvo que tirar la comida a la basura, la contracción en su estómago no le permitió seguir masticando.
El águila, acostumbrado a comer carne podrida, le llamó para decirle que él había depositado los documentos pero que al juez había que sacarle lo suyo, unos 400 mil.
— Dile al honorable que me esperé ahí, que yo voy a llevárselo.
Y por todo el camino iba enseyando lo que les diría a aquél maldito estafador. El juez ya estaba muy acostumbrado a esos exabruptos, tanto que la puerta de su despacho siempre estaba abierta. Cuando José Juan llegó las frías orejas estaban listas para escucharles.
— ¿Usted sabe quién yo soy? Yo soy JJ de Baní, 40 años al lado del líder máximo…
— Miré JJ de Baní, tengo aquí su currículum, leí su libro, una formidable obra, pero parece que usted no ha escuchado una frase que reza “el estado soy yo”. Para yo poder ser el Estado, es decir, para tener electricidad, agua, recogida de basura… necesito ingresos que el Estado, con sus salarios, no puede proporcionarme. Usted necesita sus documentos firmados y yo estoy disponible, pero para yo firmar hay que pagarme porque “el estado soy yo”.
JJ de Baní lo miró, pensó un millón de veces en el 38 que cargaba en su maletín. Una bala resolvería 24 años de lucha. Entendió que si buscaba a otro juez los costos se les triplicarian y como lo haría El Padrino en sus buenos tiempos le rogó:
— Por favor, dígame a qué cuenta le hago la transferencia.