A 119 Años de su Natalicio: Joaquín Balaguer, el Arquitecto del Estado Moderno Dominicano

Por : Alexander Olivence G.
Un día como hoy, hace 119 años, nacía en Navarrete una de las figuras más determinantes, complejas y fascinantes de la historia dominicana: Joaquín Balaguer. Más que un simple presidente, Balaguer fue el arquitecto principal del Estado moderno dominicano, un hombre cuyo legado, tanto admirado como debatido, se imprime a fuego en la infraestructura, la política y la misma idiosincrasia de la nación.
Gobernar un país por 22 años no es una simple estadística; es una hazaña que solo puede explicarse mediante una profunda comprensión del alma nacional. Balaguer, con su prosa precisa y su oratoria mesurada pero contundente, no solo gobernaba: persuadía, convencía y, en ocasiones, imponía su férrea voluntad de construir. Su visión, a menudo de largo alcance, transformó el mapa físico y social de la República Dominicana.
Basta recorrer el país para tocar su obra. La red de carreteras, presas, acueductos, escuelas, hospitales y monumentos que hoy son columna vertebral de nuestro desarrollo llevan el sello indeleble de su administración. Fue el gran impulsor de la Reforma Agraria, un proyecto monumental que buscó dignificar al campesino y redistribuir la tierra. Fue, sin pretenderlo quizás, el padre fundador de la clase media dominicana, al crear las condiciones para la movilidad social y el acceso a la educación y la propiedad.
Hombre de profundas contradicciones, Balaguer fue también un ecologista visionario. Mucho antes de que la conciencia ambiental fuera global, promulgó leyes y desplegó programas de reforestación, defendiendo con celo los parques nacionales y los recursos hídricos del país. Su amor por la naturaleza rivalizaba solo con su amor por las letras; el escritor, poeta e historiador competía dentro de él con el político de mano dura.
Su vida, de una modestia casi ascética, siempre fue un enigma. Taciturno, reservado, operaba desde la sobriedad de su escritorio, convirtiéndose en un personaje casi novelesco. Y quizás el honor más grande para un político provenga de sus adversarios. Que líderes de la oposición de su época lo hayan reconocido, tras la tempestad, como el “Padre de la Democracia Moderna” por permitir, a su manera y en su momento, una transición pacífica del poder, habla de la grandeza compleja de su carácter.
Hoy, a más de un siglo de su nacimiento, evocar su memoria no es un ejercicio de nostalgia ciega. Es una invitación a estudiar la historia en toda su dimensión, con sus luces y sus sombras. Es reconocer que la República Dominicana que hoy disfrutamos, con toda su vitalidad y sus desafíos, fue en gran medida moldeada por la voluntad de hierro y la pluma elegante de este hombre extraordinario.
¡Loor a su memoria!