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Juan Pablo Duarte, único padre de la patria: el pacto de sangre de 1838-43

Juan Pablo Duarte, único padre de la patria: el pacto de sangre de 1838-43
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  • Publishedabril 26, 2024
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”AREÍTO”

DIÓGENES CÉSPEDES

 Para que el lector entienda: La adscripción a la ideología de los “tres padres de la patria” no tiene nada que perder, porque no tiene estrategia ni apuesta, y no es un concepto de la historia como lo que sucede y sí tiene mucho que ganar. ¿Qué se gana con esta adscripción? Respuesta: La benevolencia del Poder y sus instancias. La simpatía o la admiración de casi todo el mundo, es decir, del consenso. Incluso la adscripción, sin crítica, a la ideología de Duarte como el único inventor de la idea de fundar un Estado llamado República Dominicana tampoco tiene estrategia ni apuesta política radicalmente histórica. Las dos ideologías hay que situarlas en sus efectos políticos e ideológicos.

Paso ahora a concluir el análisis de la carta de Duarte a Félix María del Monte, fechada en Caracas el 2 de mayo de 1865. Duarte ha regresado a Caracas después de haber venido a su país a luchar en contra de la Anexión. El Gobierno provisional le encomendó la misión de ir a Venezuela a recabar dinero y armas para el Gobierno restaurador. Al principio Duarte declinó la misión, pero luego aceptó para contrarrestar un suelto del diario La Marina de La Habana que hablaba de desunión entre Duarte y el Gobierno provisional (véase la carta del encargo de la misión y la aceptación de Duarte (Apuntes…242-245).

La continuación del primer párrafo de la carta a Del Monte, dice así: «Contristan el corazón del bueno y pretenden trastornar el juicio del Pueblo, con sus planes proditorios y liberticidas, para que este despedace a sus más fieles servidores y bañarse ellos, ¡infames!, en la sangre de las víctimas, gozándose en el infortunio de la Patria. Procuraré conservarme bueno, conservaré mi corazón y mi cabeza, sí mi buen amigo, así lo aconsejan mis amigos, así lo exige el honor, así lo quiero yo, porque pienso que Dios ha de concederme bastante fortaleza para no descender a la tumba sin dejar a mi patria libre, independiente y triunfante.» (Ibíd., p. 281). Es la mezcla del léxico culto (contristar, proditorios, liberticidas) y del popular (claridad del sentido) lo que caracteriza este fragmento, aparte de la lucidez sintáctica, apuntada ya en mi artículo anterior. Otra característica: el combate político en contra de Santana y Báez, ambos liberticidas. Y en último término, lo profético: La energía y fuerza de voluntad de Duarte para resistir las vicisitudes del exilio y alcanzar a ver su sueño, cumplido por los restauradores: la patria libre de un nuevo dominio extranjero. Once años gozosos para Duarte que vio ondear su bandera y al morir en 1876 descansó su cuerpo de las amarguras del destierro y se cumplió también la otra visión profética expuesta en otra carta a Del Monte de 11 de abril de 1865 donde le dice: «Félix, no hay reposo ya para nosotros sino en la tumba; y pues que el amor a la patria nos hizo contraer compromisos sagrados para con la generación venidera, necesario es cumplirlos o renunciar a la idea de aparecer ante el tribunal de la Historia con el honor de hombres libres, fieles y perseverantes.» (Apuntes, p. 145). Y en efecto, no hubo reposo para los que vivieron en el exilio y no regresaron a la patria.

El segundo párrafo de la carta a Del Monte mantiene la misma coherencia sintáctica que el primero y se debe a que Duarte está narrando acontecimientos cronológicos que van desde la fundación de La Trinitaria, La Filantrópica y La Dramática hasta desembocar en la independencia el 27 de Febrero de 1844, en los Gobiernos dictatoriales de Santana y Báez, en el exilio de los Trinitarios, la Anexión y la lucha de Duarte en contra de ella y su vuelta a Caracas en 1865. Pero increíble, en la carta a Del Monte, Duarte rememora su saber histórico de lo que ocurre en el Caribe cuando escribe -vergüenza para los perplejos- sobre la conspiración independentista de 1838 en Puerto Rico ahogada en sangre por el gobernador Miguel López Baños (Apuntes, p. 181, carta a Del Monte), las consecuencias de esa trama develada, el desenlace y balance de víctimas que participaron en aquel hecho, vinculado, según nota 62 de Emilio Rodríguez Demorizi a la Constitución de Cádiz de 1812. Pero que por el contexto en que se produce, también tuvo relación con la influencia que ejercieron la revolución haitiana de 1804, la declaración de independencia que produjo Núñez de Cáceres en Santo Domingo el 1 de diciembre de 1821, la conspiración Soles y Rayos de Bolívar en 1823, al igual que el influjo de la recién proclamada República Dominicana cuya Constitución abolió la esclavitud, la cual también tuvo su repercusión en Cuba con la conspiración de la Escalera y las sucesivas rebeliones de esclavos y el influjo la guerra restauradora y la derrota de España, la cual encendió los ánimos independentistas en Cuba. Sin desdeñar el trabajo anti-abolicionista de los cónsules ingleses en Cuba.

En el párrafo evocado supra, Duarte no solo domina el idioma de su época, sino que inventó un vocablo –orcopolita– que él definió como ciudadano del infierno, aplicado a todos los santanistas y baecistas(Apuntes, p. 281). Para los que aún creen en la leyenda negra de que Duarte se aisló por completo del mundo y de lo que pasaba en su país, he aquí este desmentido desde la reconditez de los llanos de Apure, allá en el pueblillo de Achaguas: «He tenido el placer y la satisfacción de ver y conocer al Padre Meriño, el cual me ha dado noticias de ti y de otros amigos. Ya sabrás cómo fui a Santo Domingo. No podía hacer otra cosa: El grito de agonía del Mártir de El Cercado y sus ilustres compañeros fue a herir mis oídos al fondo del Apure, y estaba en mi deber protestar con las armas en la mano contra eso que han llamado Anexión, y vengar a mis compañeros.» (Apuntes, p. 144).

Para que no quede duda de que el vocablo “orcopolitas” se refiere a Santana y sus secuaces, Duarte remacha, rememorando el pasado de la lucha de los Trinitarios contra Charles Hérard-Rivière, la proclamación de la Independencia el 27 de febrero de 1844 y acto seguido remata: «…y el 12 de julio del año entrante entró el orcopolita Satanána y los patriotas fueron o encarcelados o lanzados a un destierro perpetuo por haber logrado salvar la patria y no haber querido venderla al extranjero (y al año siguiente el infame patricida arrastra al patíbulo a la virtud, a la inocencia misma como si hubiese querido castigar en el dominicano el arrojo de haberse proclamado independiente…», (Apuntes, p. 282) al referirse al fusilamiento de María Trinidad Sánchez. Igualmente se referirá, en otra carta a Del Monte) a otro crimen de Santana, el de Antonio Duvergé y los hermanos Puello: «Todo es providencial, todo sorprendente. Hasta las fechas de tu carta y la mía; obra del acaso, si existe, revelan dos acontecimientos, lúgubremente célebres, de nuestra historia. ¡Dieciocho de marzo, la tuya!; la mía, ¿once de abril! La primera, la anexión, ese alto en el lodo de un pueblo heroicamente grande; [¡]la segunda, el cínico, que no jurídico asesinato de Duvergé, Concha y demás compañeros ilustres!» (Apuntes, p. 146) (Ritmo, puntuación y sintaxis impecables, aunque se perdió el paréntesis de cierre. Fue olvido de Duarte o del editor Rodríguez Demorizi). El párrafo anterior, así como este, demuestran la lucidez y memoria histórica de Duarte. Toda la correspondencia que figura en los Apuntes, lo atestigua.

Vuelvo a la carta a Del Monte. Duarte no deja a sus enemigos políticos en paz. La pluma es su látigo contra Santana y sus secuaces, primero; luego contra Báez y los suyos: «… un 19 de marzo del año siguiente Satanás y los iscariotes arrojaron del suelo natal a una familia honrada y virtuosa solo por contarse en ella hijos dignos de la Patria, crimen imperdonable por el iscariote; finalmente esta familia infeliz llega a La Guaira, el 25 de marzo de 1845, lugar de su destierro, y el 25 de marzo de 1864 salta en tierra en Montecristi el General Duarte sin odio y sin venganza en el corazón… ¿Qué más se quiere del patriota? ¿Se quiere que se muera lejos de su Patria, el que no pensó sino en rescatarla?» (Apuntes, p. 282-283). En esta cita duartiana, el inventor de la República redacta al estilo de los Comentarios…, de Julio César: en tercera persona, para marcar distancia en contra de las malsanas pasiones del odio y la venganza.

El dardo del patriota abre todavía más y para siempre la llaga no solamente de los Satanás e Iscariotes (Santana y Báez, sino que ahora, en párrafo memorable y con las informaciones que recabó durante su estancia en Santiago sobre la vida y la conducta política de algunos personajes de la Restauración, se despacha con un juicio que derriba del altar a quienes en el discurso novelesco de nuestra historiografía son figuras venerables. ¿Qué le hicieron estas figuras a Duarte en Santiago? Un héroe que fue a pelear arma en manos a Santiago para ayudar a redimir la República anexada a España no puede haberse inventado sin una causa justificada, sin un motivo valedero, un juicio valorativo de esas mismas figuras que luchaban por expulsar el dominio ibérico de nuestro país.

He aquí el juicio de Duarte sobre esas personalidades, cuyo perfil sicológico, más las informaciones que han debido transmitirle sus amigos trinitarios conforman el cuadro de esos hombres considerados héroes nacionales: «…en lo que no están de acuerdo nuestros libertos es en lo del amo que quieren imponerle al pueblo, pues ya tú dices (y es cierto) que Benigno [de] Rojas no es sino yanqui, y Báez que no es sino haitiano-galo-español, y Lavastida [Pablo Báez] y Alfaus y Manueles (¿) son yanquis; Báez dizque dice que Bobadilla no es sino Pandora, Melitón [Valverde] es todo, menos dominicano, dice José Portes que se halla en Saint Thomas, y añade a esto que siendo Senador, para que se callara la boca cuando la Anexión, Santana le regaló una casa. ¡Pobre patria! Si estos son los consultores, ¿qué será lo consultado? Esta situación, aunque no lo parezca, es violenta y no promete un desenlace tan suave o natural como lo esperan los necios que representan en esta comedia [y] cuyos papeles se han repartido ellos mismos…» (Apuntes, p. 284). Se refiere Duarte al desenlace de la guerra restauradora, que fue sangriento, sobre todo en el último año de 1865 cuando fue derrotado por un puñado de jóvenes el ejército profesional del imperio más grande del mundo desde Carlos V hasta el siglo XIX.

Antes que Martí, Darío y el arielismo, ya Duarte usa la palabra yanqui, y no como sinónimo de estadounidense, sino como sinónimo de imperialista, papel que comenzaron a jugar los Estados Unidos a partir de mitad del siglo XIX y que, en 1871, durante el Gobierno de Báez, este intentó convertir a la República en un Estado de la Unión Americana. Es decir, que Duarte estaba vivo todavía y contempló ese espectáculo que al momento de escribir su carta a Del Monte, ese hecho no se había producido, pero los aventureros estadounidenses estaban merodeando el país desde los años 50 al decenio de 1860 con sus famosos cónsules espías.

. Los personajes que lucharon en la guerra restauradora y figuran en el párrafo supra son Benigno Filomeno de Rojas Espaillat y el general Melitón Valverde, quienes aparecen mezclados junto a Pablo Báez Lavastida, sobrino de Buenaventura Báez, a los Alfau (Felipe y Abad) de quienes me ocupé en la entrega anterior y los Manueles, sin apellidos, pero por el contexto y memoria hay que inferir que Duarte se refiere a Manuel María Gautier, gran ministro de Santana y Lilís, y a Manuel de Jesús Galván, ministro de Santana y Lilís, en cuyo partido se convirtió en un azul desteñido. (FIN).

Fuente:”AREÍTO Hoy”

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Redaccióntraslaverdad

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