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La amistad: el tesoro más preciado que posee el ser humano

La amistad: el tesoro más preciado que posee el ser humano
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  • Publishedoctubre 26, 2025
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Por Ángel Ruiz Bazán

“La amistad es el tesoro más preciado que posee el ser humano.” — Ángel Ruiz Bazán

La amistad, esa conexión invisible que une a las almas más allá de los lazos de sangre, es una de las experiencias humanas más puras, profundas y necesarias. No se compra ni se impone: se cultiva con el tiempo, con respeto, sinceridad y presencia. En un mundo donde lo efímero parece dominar las relaciones, la verdadera amistad permanece como una joya rara, un refugio emocional que nos recuerda que no estamos solos en el viaje de la vida.

El significado profundo de la amistad

Ser amigo no consiste solo en compartir risas o momentos agradables; implica acompañar en los silencios, sostener en los días grises y celebrar en los días luminosos. La amistad auténtica nace del reconocimiento mutuo: del ver al otro tal cual es, con sus virtudes y defectos, y aun así elegir permanecer a su lado.

El filósofo Aristóteles definía la amistad como “una sola alma que habita en dos cuerpos”. Esa definición encierra una verdad eterna: el amigo verdadero no es aquel que siempre está de acuerdo, sino el que se atreve a mostrarnos la verdad, aunque duela, porque desea nuestro bien.

La amistad es una escuela de humanidad, donde aprendemos a dar sin esperar, a escuchar sin juzgar y a acompañar sin invadir. Es, en su esencia, un acto de amor libre y consciente.

La amistad desinteresada y la amistad interesada

No todas las amistades nacen del mismo origen. La amistad desinteresada es aquella que surge de la afinidad espiritual, del afecto genuino y del deseo mutuo de compartir la vida sin condiciones. En ella, el cariño no depende de beneficios ni conveniencias, sino del gozo simple de estar con el otro. Es el tipo de amistad que sobrevive a la distancia, a los años, al silencio e incluso a las diferencias.

Por otro lado, la amistad interesada es aquella que se nutre de la utilidad o del provecho. No siempre es malintencionada: muchas veces nace de la necesidad, del intercambio o de la búsqueda de apoyo. Sin embargo, cuando el interés reemplaza el afecto, la relación pierde su esencia y se convierte en una transacción emocional.

El peligro de este tipo de amistad radica en que, cuando desaparece el beneficio, desaparece también el vínculo. Por eso, cultivar amistades auténticas requiere discernimiento y madurez emocional. No se trata de rechazar al amigo que necesita algo, sino de reconocer cuándo la relación se ha vaciado de afecto y se sostiene solo por conveniencia.

Aprender a ser amigos: el arte del respeto y los límites

Ser amigo también es un arte, y como todo arte, requiere práctica, equilibrio y sensibilidad. Aprender a ser amigos significa respetar el espacio del otro, comprender que la confianza no da derecho al abuso y que cada persona tiene su propio ritmo, sus silencios y sus heridas.

Un error común es creer que la amistad nos otorga poder sobre el otro: que podemos exigirlo todo, pedirlo todo, o esperar que esté siempre disponible. Pero la amistad sana no se mide por la cantidad de favores, sino por la calidad del vínculo. Saber qué se puede pedir y qué no a un amigo es una muestra de respeto y de madurez.

No se le pide a un amigo que traicione sus principios, que sacrifique su bienestar, ni que anule su individualidad. En cambio, se le pide sinceridad, apoyo cuando pueda darlo, y comprensión cuando no pueda hacerlo. La verdadera amistad florece cuando hay equilibrio entre dar y recibir, entre hablar y escuchar, entre acompañar y dejar espacio.

Conservar la amistad como un tesoro

Conservar una amistad requiere más que afecto: exige cuidado, lealtad y paciencia. Como todo tesoro, la amistad necesita ser protegida del desgaste del tiempo, de la rutina, de los malentendidos y del egoísmo. Se mantiene viva con pequeños gestos: una llamada, una palabra oportuna, un silencio compartido, un perdón sincero.

Las amistades más duraderas son aquellas que sobreviven a las tormentas, que han pasado por pruebas y aun así han decidido permanecer. Porque la amistad no se mide por los años que se comparten, sino por la profundidad de los lazos que se tejen en los momentos difíciles.

“La amistad es el tesoro más preciado que posee el ser humano.”

Un tesoro no por su rareza, sino por su valor espiritual. Porque un amigo verdadero nos recuerda quiénes somos cuando lo olvidamos, nos sostiene cuando flaqueamos y nos inspira a ser mejores sin pedirlo.

Luz y esperanza en la amistad

En un tiempo donde la soledad y la desconfianza parecen ganar terreno, la amistad sigue siendo una de las fuerzas más luminosas de la existencia. Es un recordatorio de que la bondad y la empatía aún habitan entre nosotros.

Cuidar una amistad es cuidar una parte de nuestra propia humanidad. Es aprender a mirar con ternura, a perdonar con humildad y a valorar lo que realmente importa. Porque al final, cuando el ruido del mundo se desvanece, lo que permanece no son los logros ni las riquezas, sino los amigos que caminaban a nuestro lado, sosteniendo nuestra historia con afecto y verdad.

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