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Víctor Elías Aquino
El primer haz de luz de la mañana me trajo a la memoria la obra ministerial del pastor Howard Lee Shoemake y su amada esposa Dorothy (doña Dora), que por más de 30 años trabajaron sin descanso en la plantación de iglesias, obra ministerial, evangelismo y trabajo social en Colombia, Ecuador y República Dominicana.
Un privilegio y regalo del único Dios, fue la oportunidad de conocer de primera mano la vida y obra ministerial cristiana “la familia Shoemake”, como todos le llamábamos en el país, fue una experiencia inolvidable, que marcó con el sello de la gracia divina a todos los que tuvimos la oportunidad de interactuar con ellos.
El tiempo no lo borra todo, así las cosas, décadas han pasado, y, al recordarlos llega a la mente y al corazón que Dios, en su infinita sabiduría, los trajo a esta tierra caribeña bañada de sol, playas, ríos y hermosos atardeceres para sembrar las semillas de la denominación “Bautista del Sur”, en el país.
Mis recuerdos se chocan unos contra otros, pero, (me queda claro) que, en una ocasión, hablando de la oración, en una predica, no sé, si en Villas Agrícolas, barrio de la zona norte de Santo Domingo; donde se estableció una misión que luego fue iglesia, o, en el Templo Bautista Central, de la Zona Colonial, Patrimonio Histórico de la Humanidad, habló de la oración de una manera que no he podido olvidar.
Estas fueron sus palabras que el tiempo no las borra, “cuando oro; aun manejando pienso que tengo a Dios al otro lado del teléfono, y así mantengo una comunicación con Dios todo el día, aunque esté manejando”. Nunca he podido olvidar sus palabras.
Si hoy, estuviera en esta tierra le diría pastor, “Es increíble, pero yo también he aprendido a hablar con Dios estando al volante, e incluso, pienso que no he chocado a otro vehículo por tener a Dios al otro lado del auricular”.
En una ocasión, el pastor Shoemake nos había llevado en su camioneta amarilla a los miembros del Grupo de Poesía Coreada de Villas Agrícolas para una presentación en Bonao, previo a participar de un culto, en un restaurante nos sentamos y la comida está servida, todos nos miramos porque había un radio encendido y podría interferir con la oración de gracias, y él se dio cuenta y al mirar, con sus ojos grandes pareció hablar y así entendimos que podíamos comunicarnos con Dios a pesar de la música y que él nos escucharía el clamor de todos modos.
En Nehemías, uno de los denominados libros históricos de La Biblia, en el capítulo 1: verso 11 se lee, “Te ruego oh Jehová, esté ahora atento tu oído a la oración de tu siervo, y a la oración de tus siervos, quienes desean reverenciar tu nombre”.
Al examinar el texto, y estudiarlo nos damos cuenta de que el escritor sagrado sabía que, al momento de presentar sus plegarias, que otras personas también lo estaban haciendo, a veces, pudiéramos pensar que estamos solos., “pero no estamos solos”.
Pero hay más, examinado el texto en base a comentarios de Charles Spurgeón, sobre las plegarias de los hijos de Dios, leemos, “Hay muchas personas buenas en otros lugares del mundo, y muchas que elevan clamores tan sinceros como los nuestros”.
Yo, manejando en Santo Domingo, en más de una ocasión he pensado que no he chocado a otro vehículo porque estaba orando. Incluso, antes de revisar éstas líneas salí a un encuentro con mis hermanos, y el vehículo que iba delante de mi frenó y el motociclista que iba delante recibió una herida en la cabeza, pero no hubo fatalidad, y el casco protector casi llegó hasta mi vehículo.
Spurgeon escribe, “Esas oraciones breves, sucintas y fugaces, como este ejemplo de oración de Nehemías. Las recomiendo porque no interfieren con ningún compromiso ni requieren de tiempo. La ventaja de este tipo de clamores es que podemos orar seguido y siempre”.
Además, plantea también que, Si vamos a extendernos durante un cuarto de hora, es posible que no encontremos tiempo para orar, pero si solo nos basta un cuarto de minuto, podemos orar cien veces al día.
“Gracias señor por tu presencia entre nosotros”, así comenzaba cada una de sus oraciones; recuerda Carlos José Aquino, mi hermano. Cuando la vida nos haga pensar que estajos solos, ¡estamos equivocados!…