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Aún así Omar tendrá que esperar, el 2028 es de Leonel

Aún así Omar tendrá que esperar, el 2028 es de Leonel
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  • Publishednoviembre 9, 2025
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La emergencia de liderazgos jóvenes en la política global —desde Zohran Mamdani en Nueva York hasta Gabriel Boric en Chile— confirma un cambio de época donde nuevas generaciones reclaman espacio real de poder. La elección de Omar Fernández como senador del Distrito Nacional, con apenas 34 años, se inscribe claramente en esa tendencia y expresa una demanda legítima de renovación. Sin embargo, reconocer la potencia de esa generación no obliga a precipitar su llegada a la cúspide del mando estatal.En el contexto dominicano, marcado por desafíos institucionales delicados, tensiones económicas, reconfiguración del sistema de partidos y disputas por el control de los órganos estratégicos del Estado, la lectura racional del 2028 apunta a otra conclusión: aún así, Omar tendrá que esperar; el 2028 es de Leonel.Omar Fernández representa un liderazgo promisorio, conectado con las sensibilidades urbanas, con una narrativa menos agresiva, más dialogante y con mayores códigos de transparencia que buena parte de la vieja clase política. Su triunfo en el Distrito Nacional no se explica únicamente por su apellido, sino por la percepción de coherencia, proximidad y frescura que proyecta frente a una ciudadanía agotada del clientelismo y de la arrogancia del poder. Pero esa misma legitimidad emergente requiere ser protegida, consolidada y madurada.Un salto inmediato a la candidatura presidencial podría exponerlo a una confrontación prematura, erosiva, que termine debilitando tanto su imagen como la posibilidad de una transición ordenada hacia una nueva generación de mando.La presidencia de la República, en el momento actual, exige algo más que juventud carismática: demanda un liderazgo con experiencia probada en crisis, conocimiento profundo del entramado institucional y capacidad para reequilibrar un sistema de poderes tensionado por tentaciones hegemónicas.

En ese tablero, Leonel Fernández conserva un activo diferencial que ninguna otra figura, joven o veterana, posee en la misma proporción: tres experiencias de gobierno, reconocimiento internacional, manejo acreditado de coyunturas económicas complejas y una comprensión fina de los equilibrios entre Estado, mercado y sociedad. Frente al riesgo de improvisación o de concentración abusiva del poder, su figura funciona como dique de contención y como garante de previsibilidad.

Pensar el 2028 para Leonel no implica negar la ola generacional, sino administrarla con inteligencia estratégica. La Fuerza del Pueblo tiene la posibilidad histórica de articular una fórmula en la que la experiencia de Leonel opere como liderazgo de transición garante de institucionalidad democrática, mientras Omar fortalece su rol como senador, consolida su perfil nacional, estructura equipos territoriales y profundiza un relato propio. Adelantarlo a la candidatura presidencial, cuando aún está en plena fase de construcción, sería políticamente costoso, pues lo situaría en el centro del fuego cruzado sin el blindaje suficiente y sin haber agotado su potencial de crecimiento.

Además, el escenario dominicano requiere en 2028 un liderazgo capaz de corregir derivas autoritarias, revisar decisiones institucionales controvertidas, recomponer la confianza ciudadana frente a órganos clave del sistema de justicia, asegurar reglas de juego estables para todos los actores y reposicionar al país frente a los desafíos regionales y globales. Ese paquete de tareas no admite ensayo y error.

Leonel Fernández, con un proyecto programático claro, un equipo técnico consolidado y una cultura probada de respeto a la separación de poderes y a la oposición política, ofrece a la ciudadanía —y a los propios adversarios— una certeza que reduce la incertidumbre y desincentiva aventuras personalistas.

Para Omar, en cambio, el período 2028-2032 puede y debe ser una etapa de consolidación, no de desgaste. Desde la senaduría del Distrito Nacional y desde eventuales responsabilidades legislativas y políticas de mayor relieve, tiene la oportunidad de demostrar solvencia técnica, visión de Estado, vocación de acuerdo y distancia frente a las prácticas que la ciudadanía rechaza. Esa trayectoria, bien administrada, lo coloca en una posición inmejorable para encabezar una oferta presidencial más adelante, ya no solo apoyada en el entusiasmo generacional, sino en resultados verificables y en una autoridad política propia e incuestionable.

La clave estratégica reside en entender que la juventud no puede ser reducida a consigna ni sacrificada en el altar de la inmediatez electoral. Una candidatura precipitada de Omar podría fragmentar el bloque opositor, desorientar al electorado que ve en Leonel la figura más preparada para enfrentar al oficialismo y, al mismo tiempo, impedir que el relevo generacional se construya sobre bases firmes. El resultado sería el contrario al deseado: ni consolidación de la alternancia democrática ni fortalecimiento duradero del liderazgo joven.

En cambio, una fórmula donde el 2028 sea asumido como el ciclo de retorno de Leonel Fernández a la jefatura del Estado, con Omar Fernández desempeñando un rol clave en el Congreso, en la construcción de consensos y en la articulación territorial del proyecto, permite combinar tres dimensiones decisivas: estabilidad institucional, alternancia real de poder y preparación ordenada del relevo generacional. No se trata de frenar a Omar, sino de cuidarlo; no de negar la generación que representa, sino de garantizar que llegue al poder en condiciones de gobernar con fuerza propia.

Por eso, reconocer la ola global de liderazgos jóvenes y el peso simbólico de la elección de Omar no contradice la tesis central, sino que la refuerza: la transición generacional requiere un puente sólido. En la República Dominicana, ese puente se llama Leonel Fernández. La racionalidad política, la responsabilidad institucional y la propia lógica de construcción de un liderazgo duradero indican que, aún así, Omar tendrá que esperar. El 2028, por historia, capacidades y momento del país, es de Leonel; el futuro, bien trabajado, puede ser de Omar y de toda una generación que no quiere heredar ruinas, sino un Estado funcional sobre el cual construir.

Fuente: El Nuevo Diario

 


 

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