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Padre Manuel Antonio Garcia Salcedo
Arquidiócesis de Santo Domingo.
No le busco para que me haga milagros. Sería un amor tan interesado, para después descartarlo cuando no lo necesite, y de nuevo buscarlo para que me solucione las dificultades. Tampoco quiero que sea una rutina de cumplimiento, tras participar de un rito, menos aprender un guión para imitar y repetir lo que otros que mueren por exhibirse micrófono en mano anuncian, ni copiar su estilo de predicar con una forma acartonada en que se expresan de la divinidad para impresionar a otros y se adhieran a un grupo cerrado donde aquilatan sus propios intereses.
Quiero hacer la prueba, por lo menos unos días, de que cuando las cosas no cubren al ritmo en que deseo llenar mi tiempo de vida y satisfacer mis necesidades, darle la oportunidad al Dios que nos ha creado a todos y mantiene el rumbo de esta existencia, de que propicie los medios y las circunstancias con mi trabajo y esfuerzo para poder sobrevivir en el lugar en que me corresponde, realizar la vocación a la que me ha llamado y reconocer que todo es gracia, nada es mérito propio, incluso todo lo bueno ha sido guiado por su providencia.
No alcanzo a entender, y quizás nunca lo haré, el porqué de tanta bondad, tanta provisión para conmigo. Veo el sufrimiento de otros, cientos de millones, y a lo largo de la historia, de sus carencias, historias de terror en medio de la guerra, enfermedades, espacios de suma violencia y otros que supuestamente lo poseen todo, llenos de infelicidad total. Me pregunto por qué una y otra vez he podido huir de esto y siempre comenzar un nuevo camino.
El sentido de la vida no se circcunscribe ni a actividades, ni a lugares y mucho menos a rangos y títulos que imponen los criterios de este mundo clasista, condicionado e interesado. Día a día hay un choque entre sueños y decepción. Lo único que nos hace caer en la realidad y la objetividad es la muerte. A medida que avanzamos en años es lógico que más personas cercanas vayan terminando su ciclo por este tránsito tan breve y desaprovechado que es esta vida.
Apariencias, físico, disfrutes, control… todo eso es superficial, pasajero y condicionado. Hay un camino que recorrer, tantas son las cuestiones en las que nos adentramos y nos choca encontrar a personas más jóvenes que nosotros queriendo llevarse el mundo por delante, no se dejan guiar (tampoco lo hicimos nosotros en nuestra juventud), queriendo responder con unos argumentos, incluso religiosos, a los que únicamente la madurez nos lleva a decir: todo es un misterio, desborda nuestra alcance… ¡cómo se ve que no has vivido, que no has salido del pequeño sector que habitas, de lo ambientes cerrados que frecuentas y de los gustos condicionados a que te ha sometido la sociedad comercial actual!
Cuando se cree tener todas las respuestas y se opina sin parar, incluso en el ámbito de la fe especializada, de todas las cuestiones, es la vida misma la que te va a cambiar todas las preguntas, y te llevará a la conclusión de que tú y yo no sabemos nada, apenas estamos en el umbral del conocimiento, de la experiencia y de lo más valioso de todo: el aprendizaje.
Invaluable es el aprender y el reconocer con reverencia, con humildad y con tranquilidad que ser creyente es medir y sopesar todo muy bien, acudir a la invitación del compromiso a favor de los demás y retirarse a tiempo cuando uno se siente ya muy empoderado de lo que no le pertenece, las dadivas que otros han de recibir por nuestra mediación.
Las dudas son las compañeras inseparables de la fe verdadera. Peregrinar es muy diferente a hacer turismo espiritual. Lo perdido es ganancia, aunque nos aterre y nos duela tanto el vernos despojados de la tierra, de la sangre, del amor y de las seguridades que las estructuras sociales, religiosas, politicas y culturales puedan ofrecernos.
El Dios de nuestro Señor Jesucristo es mucho más que todo eso. Los cristianos orientales, antes llamados ortodoxos llama a esto Teología Apofática: conozco de Dios lo que no conozco de Él.
Todo lo demás es una aproximación. ¿Qué significa esto? Dios en su Hijo Único, nacido de María Virgen nos lleva a conocerle más allá de lo que le conocemos actualmente a partir de su Cuerpo y de su Sangre, de su humanidad. Solo asi podemos pasar a lo inaccesible de su persona, de su Misterio de Salvación en su Comunidad o Iglesia, espacio en que el interés por la vida ha de ser incesante como preparación para la muerte y en agradecimiento por el privilegio de las oportunidades a alcanzar.
Las nuevas y desconocidas situaciones nos deben llevar a abandonar los apegos y el egoísmo, las desesperaciones, las rebeldías, en un romper con lo vulgar y con la codicia que son callejones sin salida. Hemos de trascender los miedos. Lo vacío y y lo inútil siempre es morboso y enfermizo.
En cambio, lo agradable y lo natural es profundamente humano e ilumina. Es signo de madurez y entrega dulce. Dios es eternidad y a la vez es residencia con y entre nosotros, en nuestra historia, en la rectificación de los pasos que damos y en los que el mismo Dios se hace presente cuando procedemos en la bondad y el desinterés. Lo difícil, la estrechez y el desprendimiento son sus mejores recursos para hacernos crecer. Por medio a estos momentos cruciales le encontramos cómo Espíritu de vida, Aliento que nos llama a decidir abandonar las tinieblas.
Pasión, aventura, alegría, satisfacción solo son pasos de adolescentes hacia una fe madura, real, adulta, que se experimenta, no en grupos masificados con slogans y con melodías contagiosas, sino después de muchas décadas de haber habitado muchos lugares, de haberse entregado a tantas personas, y poder decir: Me esperan tantas cosas nuevas en lo adelante. A esto la fe católica le llama la Cruz de Cristo.
Ahora es que comienzo a entender estas idras del Padre Gregorio Mateo en su libro “La Alegria de Vivir”. Antes no me decían nada. Me faltaban los annos, las perdias, las equivocaciones y la capacidad de rectificar. Ahora comienza a cobrar significado todo esto para mi. ¡Cuánto falta me todavía por aprender! *PhD y Posdoctorado en Teología Catolica.