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El origen del hombre y la fractura del paraíso: una lectura humana y divina de Adán y Eva

El origen del hombre y la fractura del paraíso: una lectura humana y divina de Adán y Eva
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  • Publishednoviembre 2, 2025
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Por: Ángel Ruiz-Bazán

La historia de Adán y Eva no es solo el primer relato de la humanidad, sino el primer espejo en el que el ser humano se ha mirado para entender su dualidad: la grandeza de su creación y la fragilidad de su deseo. En el Génesis, Dios moldea al hombre del polvo de la tierra, sopla en él aliento de vida y le entrega el jardín del Edén como morada perfecta, donde la armonía reinaba y la muerte no existía. Allí, en aquel equilibrio perfecto entre la inocencia y la plenitud, nace también el germen de la libertad.

Dios no creó autómatas; otorgó a Adán y Eva la libertad de elegir. Y es en esa libertad donde se fragua la historia del bien y del mal. El Edén, más que un jardín físico, representaba el estado original del alma: la pureza, la obediencia y la conexión directa con el Creador. Pero como toda perfección, estaba sostenida sobre un delicado hilo: la voluntad humana.

La manzana y el despertar del deseo

La serpiente —símbolo ancestral de la astucia, la tentación y el conocimiento prohibido— aparece en escena para alterar el orden divino. En Eva, no despierta solo la curiosidad, sino algo mucho más profundo: la sed de saber, de comprender lo oculto, de tocar lo que Dios había reservado solo para Él.
Muchos han visto en Eva la culpable del pecado original, pero esa interpretación, más literal que espiritual, olvida que en su acto también late la semilla de la conciencia. Eva no come por maldad, sino por deseo de trascender. Su gesto, impulsivo y humano, inaugura el drama de la libertad: querer saber, aun a costa de perder la inocencia.

Cuando Adán acepta el fruto de sus manos, no lo hace por curiosidad, sino por debilidad emocional. En él se refleja el amor imperfecto, el que teme perder al ser amado más que a Dios mismo. Adán no desobedece por orgullo, sino por amor; pero ese amor, al anteponerse al mandato divino, se convierte en el símbolo de la fragilidad humana ante la tentación.
En ese instante, ambos descubren la desnudez, no como vergüenza física, sino como revelación moral: el despertar de la conciencia y la pérdida de la inocencia.

El castigo y la herencia del dolor

El castigo divino no es solo una sanción, sino una reconfiguración del orden del universo. El trabajo, el dolor, la muerte, el sufrimiento y la distancia entre el hombre y su Creador se instauran como las consecuencias inevitables del libre albedrío. El paraíso se cierra, no como venganza, sino como enseñanza.
Dios expulsa a Adán y Eva, pero no los destruye; los deja vivir, sufrir, aprender, procrear. Es el nacimiento de la historia humana, con todas sus contradicciones.

El dolor se convierte en el nuevo lenguaje de la evolución moral. El sudor de la frente y el llanto del parto son las metáforas del precio del conocimiento.
Desde entonces, cada ser humano lleva en su interior la marca de esa ruptura: el anhelo del Edén perdido y la nostalgia de una inocencia que jamás se recuperará. Sin embargo, en esa pérdida se halla también la semilla del crecimiento espiritual: el hombre se hace verdaderamente humano al ser consciente de su imperfección.

La mente de Eva: rebeldía o destino

¿Qué pasó realmente por la mente de Eva?
Podría decirse que fue la primera filósofa, la primera en cuestionar un mandato y en abrir el camino del pensamiento crítico. Su gesto no fue solo desobediencia, sino el primer acto de autonomía. Si no hubiese probado el fruto, la humanidad seguiría viviendo en una obediencia ciega, sin la capacidad de distinguir entre el bien y el mal, entre el amor y el deseo, entre la obediencia y la libertad.
Eva simboliza así la chispa del pensamiento humano, el inicio de la historia del alma que busca comprender a Dios a través de sus propios errores.

La caída como nacimiento

Paradójicamente, la caída del hombre es también su nacimiento espiritual. Al ser expulsados del Edén, Adán y Eva dejan de ser criaturas perfectas para convertirse en creadores de su propio destino. La distancia entre Dios y el hombre da lugar a la fe; el silencio divino se convierte en la prueba de la perseverancia.

El ser humano, desde entonces, camina en medio de la dualidad: la nostalgia del cielo y la atracción de la tierra. Y cada generación repite, de un modo u otro, el gesto de Eva: comer del fruto prohibido del conocimiento, buscando respuestas que solo el corazón puede comprender.

De la oscuridad a la redención

Pero no todo es condena. La historia del Génesis, vista desde una mirada esperanzadora, es también la promesa de redención. Dios, aun en su justicia, deja abierta la puerta de la misericordia. El amor divino no destruye, enseña; no castiga eternamente, purifica a través de la experiencia.
El ser humano, con todos sus errores, sigue siendo la obra más amada de su Creador.

Al final, la historia de Adán y Eva no es un relato de culpa, sino una crónica del despertar de la conciencia. Dios nos expulsó del paraíso para que aprendiéramos a construirlo dentro de nosotros mismos. Y tal vez ese sea el sentido oculto del Génesis: no un castigo eterno, sino la invitación a transformar la caída en aprendizaje y el error en sabiduría.

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