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Origen

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  • Publishedoctubre 23, 2025
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Por Miguel SOLANO

 

 

 

Mi madre no era humana, fue traída de los cielos por mi abuelo, un judío cefardista llegado a Quisqueya desde las Isla Canarias, en la geografía del antiguo imperio español.

Desde su vientre, mi madre trajo a la Tierra tres hijos, pero nosotros pasamos a ser nueve.

Con los primeros tres no hubo sorpresas, el proceso fue normal. Quedó embarazada, su vientre creció y pasado los nueve meses trajo al mundo la criatura esperada.

Pero a partir de ahí los dioses fueron implacables y el vientre de mi madre fue inhabilitado. Ningún otro ser creció en sus adentros.

Pero mi madre era adicta a los niños: no podía vivir sin ellos. Así que se las arreglo para cada año traer a nuestro hogar un nuevo niño que mi padre registraba como hijo del matrimonio.

Antes que yo, trajeron otros dos y su existencia, por tanto, no me causó ninguna curiosidad mental, pero el que vino detrás de mi llegó un poco tardío porque yo duré, como hasta los dos años, alimentándome de los pechos de mi madre, que nunca dejaban de suministrar el alimento celestial.

Así que nunca ví el proceso del embarazo, nunca ví los malestar normales y nunca ví el vientre crecer.

Entro a su habitación, a alimentarme y mi madre me dice que no, que ya llegó su nuevo hijo. Fuí a la cocina y la administradora del hogar me entregó un biberón lleno de chocolate, de sabor insuperable, que hizo desaparecer los intentos de lágrimas.

Mi madre se dedicó a su nuevo hijo y yo, como los demás, pasé al cuidado y dominio de la administradora, una mujer de palabras y acciones divinas.
A veces pienso que mi madre la trajo del Cielo.

Cuando llegó el próximo hermano ya yo estaba muy entretenido en correr tras los animales y jugar con mis hermanos y mis amigos. Así que ni siquiera me preocupé por saber quién era. La próxima que mi madre trajo fue una hembra. Yo necesitaba compañeros de juegos, así que una hembra servía para poco y mi tiempo no tuvo atención para ella.

Pero el próximo me empezó a llamar curiosidad. No era el que yo nunca había visto el vientre de mi madre crecer, sino que mi madre ya andaba en la cercanía de los 60, y los niños que llegaban eran hermosos, fuertes, sanos y vigorosos.

Yo quería preguntar a mi madre cómo era posible, pero no tenía las palabras para hacerlo. Decidí esperar un año más para ver qué pasaba. Llegó otro niño, pero una enfermedad, tres días después lo enviaba de regreso al Trono de la Madre.

Mi madre casi enloquece, mi padre se desesperó tanto como ella. La casa pasó a ser un manicomio donde lo único que hacíamos era llorar.

 

Tres meses después nació el último de mis hermanos. Nació barón. Mi madre se llenó de regocijo y nuestro hogar se volvió a llenar del canto de los gallos y el galopar de los caballos.

Me llegó la hora de salir del campo e irme a la ciudad para continuar los estudios. Mi madre me despidió. Puso mi ropa en una funda de papel que funcionaba como maleta y me instruyó para que esperara al Jeep de mi abuelo. Mientras esperábamos me dió un doctorado en economía:

— Hijo, la vida es un presupuesto. Un presupuesto se compone de dos partidas: ingresos y gastos. La relación entre ambos te produce déficit, superávit o equilibrio. Lo ideal, con la vida, es siempre tener el presupuesto equilibrado. Si el presupuesto se desequilibra tú tienes dos opciones: Aumenta los ingresos o disminuye los gastos. Si tú sabes eso eres licenciado en economía, si eres capaz de ejecutar las acciones que generen el equilibrio tienes un doctorado en economía, y si eres capaz de mantener tu presupuesto equilibrado, tu vida equilibrada, eres un Dios. Yo siempre te acompañaré.

Llegué a la ciudad, me inscribí en el sexto curso y de ahí hasta terminar el bachillerato. Creo que ya estoy en condiciones de ir al campo y darle a mi madre la noticia de que me inscribí en la universidad y estudiaría economía, pero más que nada, mi intención era averiguar de dónde ella conseguía todos esos niños que pasaron a ser mis hermanos.

Cuando llegué al campo mis padres acababan de cenar y tomaban unos tragos de mamajuana. No quise interrumpir al dulce momento. Entre, muy en secreto y me fui a la cama. Las habitaciones estaban distantes, pero mis padres entendían que estaban solos y que podían hablar libremente.

—¿Qué te parece si traemos otro hijo?, preguntó mi madre.
— Pero mujer, tu tienes 62. ¿ A quién vamos a convencer de que saliste embarazada y tuviste otro hijo?

— Si Sarah convenció al mundo de que Abraham la embarazó teniendo ella 92, ¿Por qué yo no voy a poder?

La Prensa tras la verdad