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1492: El descubrimiento del otro mundo

1492: El descubrimiento del otro mundo
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  • Publishedoctubre 17, 2025

Por:  Ruiz-Bazán

 

“En 1492, los nativos descubrieron que eran indios, descubrieron que vivían en América, descubrieron que estaban desnudos, descubrieron que existía el pecado, descubrieron que debían obediencia a un rey y a una reina de otro mundo y a un dios de otro cielo…”

Eduardo Galeano

La frase de Eduardo Galeano resume, en pocas líneas, uno de los acontecimientos más trascendentales y contradictorios de la historia universal: el encuentro —o más bien, el choque— de dos mundos en 1492. Aquel año marcó el inicio de una nueva era global, pero también el principio de un proceso de despojo, sometimiento y reconfiguración cultural sin precedentes. Lo que para Europa fue “el descubrimiento de América”, para los pueblos originarios fue el inicio de una larga noche de conquista.

El contexto histórico

A finales del siglo XV, Europa atravesaba una transformación profunda. Las monarquías centralizadas, como la española, buscaban expandir sus dominios y controlar nuevas rutas comerciales ante el cierre del paso hacia Oriente por el dominio otomano. En ese contexto geopolítico, la expedición de Cristóbal Colón, financiada por los Reyes Católicos, no fue solo una aventura marítima, sino una empresa de poder: la búsqueda de riquezas, territorios y almas para el cristianismo.

El 12 de octubre de 1492, cuando las carabelas españolas llegaron a las costas del Caribe, se abrió una puerta que cambiaría el curso de la humanidad. Europa, movida por la ambición, la fe y el deseo de supremacía, impuso sus sistemas políticos, religiosos y económicos sobre los pueblos que habitaban el continente desde hacía milenios. Los taínos, los mayas, los mexicas, los incas y tantas otras civilizaciones que habían desarrollado conocimientos agrícolas, astronómicos y sociales avanzados, se enfrentaron a una nueva forma de entender el mundo: la europea.

Las luces y sombras de la colonización

Sería un error negar que de ese proceso emergieron también transformaciones culturales, tecnológicas y lingüísticas que hoy forman parte de la identidad latinoamericana. Los españoles trajeron el idioma castellano, que con el tiempo se convirtió en un vehículo común para millones de personas. Introdujeron la escritura alfabética, la imprenta, nuevos animales de carga y cultivo, e impulsaron la creación de universidades, como la de Santo Domingo (1538), la primera del continente.

Asimismo, la mezcla de culturas —aunque nacida de la violencia— dio origen al mestizaje, a una nueva identidad híbrida que, siglos después, se convertiría en el alma del continente. Las expresiones artísticas, religiosas y sociales latinoamericanas son hoy el resultado de esa compleja fusión entre lo indígena, lo africano y lo europeo.

Pero junto a esos aportes hubo atrocidades imposibles de justificar. La conquista estuvo marcada por la esclavitud, la expropiación de tierras, la destrucción de templos y la imposición de una religión que condenó como “pecado” lo que antes era parte natural de la vida. Millones de indígenas murieron por las guerras, el trabajo forzado y las enfermedades traídas desde Europa. La evangelización, aunque en algunos casos significó educación, también fue un instrumento de dominación espiritual y cultural.

Los cronistas de Indias, como Bartolomé de las Casas, dejaron testimonio del horror: pueblos enteros arrasados, mujeres y niños esclavizados, culturas desaparecidas. Lo que se llamó “civilización” fue muchas veces un acto de barbarie disfrazado de fe y progreso.

La dimensión geopolítica del descubrimiento

El descubrimiento de América alteró para siempre el equilibrio geopolítico del mundo. España y Portugal se convirtieron en potencias globales, y el llamado “Nuevo Mundo” se transformó en el corazón económico del imperio. Las riquezas extraídas —oro, plata, azúcar, tabaco— alimentaron el auge europeo, mientras que los territorios americanos quedaron sometidos a un sistema colonial de dependencia.

El Tratado de Tordesillas (1494), firmado bajo la mediación del Papa, repartió el continente entre España y Portugal, reflejando la lógica imperial de la época: el mundo era un tablero donde las potencias decidían el destino de los pueblos sin su consentimiento. A su vez, el sistema de encomiendas y la trata transatlántica de esclavos establecieron las bases del capitalismo moderno, donde la acumulación de riqueza se edificó sobre la explotación humana y la desigualdad global.

Reflexión final: la herencia de la conquista

Cinco siglos después, América Latina sigue viviendo las consecuencias de aquel 1492. Las heridas coloniales persisten en las desigualdades sociales, en la marginación de los pueblos originarios, en la pérdida de lenguas y memorias. Pero también subsiste una fuerza vital que resiste y se reinventa. Los descendientes de aquellos que “descubrieron que eran indios” han recuperado su voz, sus derechos y su historia.

Galeano, con su mirada lúcida y poética, no solo denuncia el pasado: nos invita a pensar el presente. Porque aún hoy, la geopolítica global sigue marcada por las mismas lógicas de dominación y dependencia. Las potencias modernas ya no conquistan con espadas, sino con mercados, medios y deudas. Pero el espíritu de resistencia que nació en las selvas, montañas y costas de América sigue vivo.

1492 no fue solo el inicio de la conquista; fue también el comienzo de un largo proceso de búsqueda de identidad. Somos el resultado de ese choque, pero también la promesa de un futuro donde la memoria y la justicia puedan convivir.
Y tal vez, cuando logremos reconciliar esas dos mitades —la herida y la herencia—, descubriremos que América nunca fue descubierta: siempre estuvo viva, esperando ser reconocida.

La Prensa tras la verdad