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Por: Ángel Ruiz Bazán
6 de noviembre de 2025
El 6 de noviembre de 1844 no es una fecha más en el calendario nacional. Ese día, en la ciudad de San Cristóbal, los fundadores de la República Dominicana firmaron la primera Constitución, consagrando en un documento solemne los principios que debían regir la nueva nación nacida apenas meses antes, el 27 de febrero. Fue el momento en que la independencia conquistada por las armas se convirtió en un proyecto jurídico, moral y político: el acto supremo de fundar un Estado bajo el imperio de la ley.
Un pacto de libertad y de identidad
La Constitución de San Cristóbal no solo dio estructura legal a la República, sino que definió lo que significaba ser dominicano en el siglo XIX. En su letra se condensaba el pensamiento liberal de Juan Pablo Duarte, Matías Ramón Mella, Francisco del Rosario Sánchez y otros próceres que soñaban con un Estado soberano, libre y justo, donde la ley estuviera por encima del capricho de los hombres.
El texto constitucional de 1844 fue, en esencia, un acto de autodeterminación, una declaración al mundo de que la República Dominicana no solo quería existir, sino existir con dignidad y bajo principios. Allí se estableció la división de poderes, se consagraron derechos y deberes ciudadanos, y se sentaron las bases del Estado de derecho. Fue el primer esfuerzo de los dominicanos por plasmar, en papel y espíritu, el ideal de una nación guiada por normas y no por voluntades personales.
El desafío contemporáneo: una Constitución viva
La Constitución no debe verse como un texto rígido o decorativo, sino como un contrato moral y social entre gobernantes y gobernados.
Ser constitucionalistas hoy implica más que conocer artículos y leyes; significa defender los valores que dieron origen a la República: la transparencia, la equidad, la participación y el respeto a la dignidad humana. La Constitución debe ser, ante todo, una guía de convivencia y un escudo frente a cualquier intento de vulnerar la soberanía popular o los derechos fundamentales.
La Constitución como esperanza
Duarte, aunque no firmó la Constitución de 1844 por estar en el exilio, había dejado claramente trazadas las líneas maestras de lo que debía ser una República fundada en la virtud y la justicia. Su visión sigue siendo un faro moral para la nación: un recordatorio de que la verdadera independencia no se alcanza el día que se rompe con un poder extranjero, sino el día en que un pueblo logra gobernarse con honestidad y justicia.
El 6 de noviembre, por tanto, no es solo una fecha de conmemoración patriótica: es un acto de reafirmación ciudadana. Es la oportunidad de mirar hacia el pasado con gratitud y hacia el futuro con compromiso. Es el día de recordar que la Constitución no pertenece a los políticos, sino al pueblo dominicano, que es su verdadero autor y su guardián.
Conclusión
Celebrar el Día de la Constitución es rendir homenaje a los hombres y mujeres que soñaron con una nación regida por la ley, pero también es mirarnos al espejo como sociedad.
Cada 6 de noviembre, la historia nos interpela. La Constitución dominicana es más que un documento jurídico: es la conciencia viva de la República. Mientras la defendamos y la honremos, la patria seguirá siendo libre, digna y soberana, tal como lo soñaron los padres fundadores.
